Edgar pensó en llamar por ayuda, pero su teléfono celular estaba descargado. Teresa intentó encontrar el suyo, pero mientras buscaba recordó que a esa altitud su teléfono móvil no tendría cobertura, así que le suplicó a su novio que bajaran de inmediato, antes de que regresara aquello que había atacado a sus amigos.
La pareja sobreviviente bajó de la montaña tan rápido como pudo y al llegar a la carretera tomaron un autobús que se acaba de detener para dejar salir algunos pasajeros. Estaban tan sucios y despeinados que una viejecita en el autobús los comenzó a mirar con asco. En la radio del autobús se escuchaba la entrevista que le hacía un reportero a un experto en genética de la Universidad de Harvard:
«El mundo está mejor que nunca. Estas nuevas generaciones han dado un salto inmenso en la evolución gracias al uso responsable de la ciencia...». Cuando de repente el autobús fue golpeado por algo en el techo. Un sonido ensordecedor aterrorizó a todos los pasajeros y el autobús se detuvo. El conductor salió a ver qué había caído sobre el techo del vehículo y cuando miró hacia arriba, a unos cuarenta metros sobre la colina distinguió a un cuerpo grande y musculoso de color grisáceo que gruñía como un león furioso y amenazaba con lanzar otra roca de unos ochenta centímetros de diámetro. El reflejo del conductor fue bueno y se metió velozmente en el autobús. Esquivó la roca que le había lanzado la extraña criatura y logró escapar del lugar. Hundió el acelerador y comenzó a conducir bastante nervioso. Sacó una botella de whisky de una bolsa de papel marrón que tenía en un compartimiento secreto y empezó a beber compulsivamente.
La gente lo empezó a criticar, pero él no paró de decir que había visto al Yeti. Que él lo sabía y que su abuela también lo había visto cuando era pequeña. A pesar de ello, los pasajeros del autobús se mantuvieron escépticos alegando que de seguro se había tratado de un oso grizzli. Nadie excepto el conductor del autobús parecía percibir el peligro que se avecinaba...