La reportera le agradeció por haber venido a su programa y Verónica abandonó el estudio de televisión. Se dirigió al aeropuerto en su limusina y se subió a un avión que la llevaría de regreso a Nuevo México para continuar con sus investigaciones. Entre tanto, las segundas generaciones ya oscilaban entre los doce y los trece años. La adolescencia se avecinaba y con ella un cambio hormonal, físico y emocional tremendo. Hasta ahora todo había ido muy bien. Los resultados parecían ser muy satisfactorios y nada parecía indicar que las cosas podían salirse de curso. Las segundas generaciones relucían de salud, eran altamente inteligentes y poseían una musculatura muy desarrollada. Sobresalían en todas las áreas y eran vistas por las generaciones anteriores como semi-dioses, sobre todo a las chicas, pues el único cambio que la segunda generación masculina había experimentado había sido la obtención de una inmunidad impenetrable.
Pero algo estaba sucediendo... Algo estaba cambiando en las segundas generaciones femeninas y ese cambio se activaba con la llegada de la menarquia, que es la llegada de la primera menstruación. La primera joven de la segunda generación en darse cuenta de que algo raro estaba pasando fue Linda Koel, en Alberta, Canadá. Linda Koel era una muchacha alta para su edad, pues ya medía un metro y sesenta y nueve centímetros a pesar de que solo contaba con doce años. Sin embargo, hacía solo tres meses que había medido un metro sesenta y cinco. Lo que significaba que había crecido cuatro centímetros en tres meses. También había engordado cinco kilos, y su fuerza muscular había aumentado tanto que le había ganado en pulso a su hermano y a su novio. Un pantalón que había comprado hacía cuatro meses ya le quedaba corto, y ya había pasado a su enamorado por un centímetro de estatura. Todo eso la hacía sentirse fea y un poco anormal. Su novio Tom, que no era tonto, trataba de compensarlo todo comprándose botas con tacones altos, usando plantillas gruesas en los zapatos, manteniéndose erguido todo el tiempo, y trataba de hacer como si no le molestaba en lo absoluto la situación para no herir a su novia. Tomás era un muchacho muy positivo y estaba loco por Linda. Pero, aunque no demostraba su preocupación, su mente estaba intranquila. Su novia había estado creciendo mucho los últimos meses y tenía la sospecha de que la causa podía ser la presencia de un tumor en la glándula pituitaria, que es la que produce la hormona de crecimiento, o al menos eso había leído en un artículo de un sitio web especializado en medicina.
Un fin de semana, Linda y Tom se fueron de campamento con sus amigos Edgar y Teresa a una montaña cerca de la ciudad. La caminata duró seis horas y al llegar los muchachos se ocuparon de conseguir el lugar adecuado para acampar. Después de montar las tiendas de campaña y comer algo alrededor del fuego, cada pareja se retiró a su respectiva tienda. Tres horas después, Linda sintió de repente una ola de calor en su cuerpo. Estaba sudando muchísimo así que se quitó la cobija mientras que Tom seguía enrollado en ella, pues estaba haciendo mucho frío. En un momento dado, Tom le preguntó medio dormido: